Hugo Londero: «La llegada de la Cardiología Intervencionista nos cambió la personalidad a muchos médicos».

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Dr. Hugo Londero.

Creció en los ’40, rodeado de pernos, coronas y la humedad proveniente del río Paraná. Su padre, su madre y sus dos hermanos eran odontólogos. Y, años más tarde, también lo serían su hija y sobrina. Pero Hugo Londero, que desde chico supo que se dedicaría a la Medicina, estaba seguro de que su mayor interés no pasaba por los dientes y las encías, sino por “otro lugar donde comienzan los dolores: el corazón”.

 

Y quizás su padre tuvo alguna influencia, ya que nunca le aconsejó que fuera odontólogo: “Él no estaba contento con la profesión porque decía que en ese tiempo -hace 50, 60 años- la Odontología era muy rutinaria y eso lo aburría”.

 

Cuando llegó el momento de entrar en la Universidad, Londero se trasladó a la ciudad de Córdoba para estudiar Medicina y, desde ese momento, adoptó a “La Docta” como su segunda ciudad. Allí conoció a Betty, la cordobesa con la que formó su familia: “Me pasó lo que le pasa a muchos. Me puse de novio, me casé con una cordobesa y me hice cordobés –ríe Londero-. Y es que es así: uno empieza a tomar fernet con coca, a bailar cuarteto y… son cosas muy fuertes”.

 

Con Betty tuvieron cuatro hijos, uno de los cuales –llamado Hugo también- eligió el mismo camino que él y actualmente está haciendo un fellow en el Servicio de Hemodinamia y Cardiología Intervencionista del Sanatorio Allende, en Córdoba. “Hay muchos médicos que desaconsejan a sus hijos estudiar Medicina. Yo no estoy de acuerdo, a mí me hubiera gustado que todos en mi familia fueran médicos. Si a uno le gusta la profesión, aunque es dura, después da muchas satisfacciones”.

 

¿Cómo llega la Cardiología Intervencionista a su vida?

Nunca supe que me dedicaría a la Cardiología Intervencionista porque yo la precedí. Me recibí de médico en 1971 y el primer stent coronario del mundo recién se puso en 1977. Cuando hice mi fellow en Hemodinamia, ésta consistía en procedimientos puramente diagnósticos. Entre el ‘72 y el ‘77 me entrené en Hemodinamia en el Sanatorio Güemes de Buenos Aires junto a los doctores [Luis] De La Fuente y [René] Favaloro, que tenían un equipo muy importante. Después volví a Córdoba, donde me hice cargo de un servicio de Hemodinamia hasta que llegó la Cardiología Intervencionista. Ahí me fui a San Pablo, Brasil, con el Dr. Eduardo Sousa para aprender a hacer angioplastia coronaria. La Cardiología Intervencionista fue la evolución feliz de la Hemodinamia.

 

¿Por qué?

Porque cambió su sentido. De pronto, pasamos de diagnosticar a curar. Ese fue un salto muy importante porque empezamos a tener la posibilidad de curar enfermedades graves mediante métodos no invasivos. Y eso cambió no sólo la visión de la familia y del paciente hacia el médico, sino también la personalidad del especialista.

 

Mencionó antes al Dr. Luis de la Fuente. Junto con él creó un catéter específico para la arteria carótida. ¿Cómo ocurrió eso?

(Ríe). Eso fue producto de una necesidad. En ese momento, los doctores Favaloro y De La Fuente promovían el hecho de encarar al paciente arterioesclerótico no como un enfermo del corazón sino como un enfermo de las arterias. Por eso, hacíamos muchas arteriografías. Los catéteres que usábamos para hacer las arteriografías de vasos del cuello no eran catéteres diseñados para eso, entonces era bastante difícil hacerlas. Había que posicionar el catéter pero perdía su posición… Era muy complejo. Ante eso, empezamos a hablar de cómo diseñar un catéter específico para ese procedimiento con el técnico radiólogo Aníbal Marraco, un amigo de toda la vida. Y así salió el diseño de ese catéter que hoy, con algunas modificaciones, todavía se usa para hacer la arteriografía de vasos del cuello.

 

Eso terminaría siendo determinante en su carrera, ya que luego se especializó, entre otras cosas, en angioplastia carotídea.

Sí, son esas cosas que, cuando uno es joven, no imagina la trascendencia que pueden llegar a tener. Una vez nos visitó, a principios de la década del ’90, un intervencionista de Estados Unidos, el Dr. Gerald Dorros y me preguntó: “Usted es el Dr. Londero? ¿Tiene que ver con un Londero que una vez publicó un artículo sobre…?”. Sí, soy yo, le contesté. Resulta que recordaba mi artículo porque le había resultado importante para su investigación. ¡Y eso fue como 10 años después de haberlo publicado! Un fisiólogo de la plata ya fallecido decía una frase que es muy buena: “Lo que se agotan son los hombres, no las ideas. Las ideas fluyen”. Entonces, un hombre hace un catéter y luego viene otro y lo modifica para hacer algo más específico. La idea no es de una sola persona nunca. A lo mejor, hace 200 años sí. Pero hoy hay trabajo en equipo.

 

¿Por eso decidieron no patentar ese catéter?

No, ni sabíamos que se podía patentar (risas). A lo mejor, si hubiéramos sabido, hubiéramos ganado mucho dinero con Luis de la Fuente, pero ni se nos ocurrió. Nosotros desarrollamos algo porque nos era útil.

 

¿Cuáles considera que son las innovaciones más prometedoras de estos últimos tiempos en términos de dispositivos y procedimientos en Cardiología Intervencionista?

Yo creo que las tecnologías para tratar enfermedades estructurales. Actualmente, los implantes de válvulas cardíacas están teniendo una mayor atención en el mundo. Inicialmente, el implante de una válvula cardíaca estaba limitado a pacientes con contraindicación para tratamiento quirúrgico. Hoy se puede implantar en pacientes con riesgo quirúrgico normal y los resultados son comparables. Eso es lo que más rápido está evolucionando.

 

Usted fue Jefe del Departamento de Hemodinamia e Intervenciones por Cateterismo de la Fundación Favaloro hasta el 28 de diciembre de 2000, un año trágico para la Fundación. ¿Cómo vivió ese momento y por qué decidió retirarse?

Fue un momento muy duro. Yo trabajé 8 años en la Fundación, desde que se abrió el Instituto hasta pocos meses después de que falleció Favaloro. Durante todo ese tiempo, yo seguí viviendo en Córdoba y trabajaba 3 días por semana en Buenos Aires. Me tomé ese trabajo como algo transitorio. Favaloro me propuso desarrollar el departamento de Cardiología Intervencionista de la Fundación. Quizás lo acepté por idealismo o por contribuir al desarrollo de algo que yo creía que era extremadamente importante para el país. Desgraciadamente, cuando Favaloro falleció, las cosas estaban un poco convulsionadas. Había varias ideas de cómo debía ser el futuro del instituto y yo no estaba del todo de acuerdo con la orientación que se pretendía darle. Por eso dejé de ir. Y, sobre todo, porque muerto Favaloro, el motivo más importante para trabajar ahí había desaparecido. Por suerte el Instituto siguió adelante con el legado de Favaloro. Ese instituto debería ser para la Argentina un orgullo.

 

SOLACI: El reto de mantener la cohesión entre los cardiólogos intervencionistas latinoamericanos

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Dr. Hugo Londero en el Congreso SOLACI-CACI 2014.

El educador brasileño Paulo Freire decía: “La educación es un acto de amor, por tanto, un acto de valor”. Y el Dr. Londero siempre se la tomó, además, como una obligación. «La educación es una obligación de todas las personas experimentadas y con conocimientos. Hay que transmitir lo que sabemos a la mayor cantidad de colegas posibles. El desarrollo de la Cardiología Intervencionista no puede ser una cosa individual, con cada especialista encerrado en su laboratorio. Las cosas importantes surgen de un grupo», reflexiona Londero.

 

Y con esa idea, en los ‘80, junto al Dr. Marcelo Ruda Vega, crearon la carrera de Especialista en Hemodinamia, Angiografía General y Cardioangiología Intervencionista de la Universidad de Buenos Aires y el Colegio Argentino de Cardioangiólogos Intervencionistas (CACI). «Después vimos que, con los años, no alcanzaba. Era mejor que los que ya habían recibido formación se siguieran actualizando de forma permanente. Y así creamos el curso de actualización».

 

El curso de actualización es semi-presencial, se renueva año a año y es la forma que tienen los cardiólogos intervencionistas de reacreditar su formación. El CACI habilita centros en toda la Argentina para que los alumnos realicen la parte práctica. Y la parte teórica se dicta en Buenos Aires dos veces por mes.

 

El futuro sería que las clases teóricas se dictaran sólo por Internet, ¿no?

Ese fue el motivo por el cual se creó ProEducar con SOLACI. Crear un curso de actualización a nivel latinoamericano de tipo presencial o semi-presencial era imposible. Uno de los colaboradores más activos inicialmente fue el Dr. José Gabay. Ahora es el Dr. [Leandro] Lasave. Y el objetivo de ProEducar es facilitar herramientas que permitan mejorar el nivel de conocimiento de todos los intervencionistas de Latinoamérica utilizando como recurso Internet.

 

Además de contribuir con SOLACI en temas educativos, usted fue su primer presidente, entre 1994 y 1996. ¿Cómo recuerda su mandato?

Como en todos los comienzos, no fue fácil juntar voluntades de toda Latinoamérica. Una vez, en un meeting en Estados Unidos, yo conseguí que se hiciera una cena para que los allegados a SOLACI –que en ese momento éramos 30, 40- compartiéramos un momento. Alguien de la industria apoyó esa idea, alquiló un salón y puso un buffet como suelen hacer los americanos: con flores, con mucha comida… una cosa muy importante. Cuando llegó la hora de la cena, había un francés que trabajaba para una empresa americana, alguien que trabajaba con él y yo. Y no apareció nadie más (risas). Y bueno, así fueron los comienzos. No es fácil juntar gente.

 

¿Cuáles fueron los mayores retos de su presidencia?

Uno de los mayores retos fue hacer el primer Congreso SOLACI, que fue en San Pablo. Lo organizó el Dr. Eduardo Sousa y fue realmente exitoso porque fue gente de toda Latinoamérica. El reto inicial de SOLACI fue mantener la cohesión entre todos los cardiólogos intervencionistas de Latinoamérica. Ese fue el reto inicial y es el reto actual. Hay que lograr una estructura, un programa, un interés que nos una a todos. Siempre hay voces disonantes, gente quejosa. Pero yo creo que SOLACI ha tenido un crecimiento realmente increíble. Así que debemos estar orgullosos de nuestra Sociedad.

 

Por Laura Spiner.

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