El siguiente es el testimonio anónimo de un profesional que vive en Ciudad de México y que fue afectado de manera directa por el terremoto del día 19 de septiembre. Cómo trabajar en medio de la tragedia, la responsabilidad profesional y qué sensaciones atraviesa un doctor en situaciones como esta.
«Todavía sin recuperarnos de la tragedia de los terremotos ocurridos el día 7 de septiembre que afectó principalmente los estados de Oaxaca y Chiapas, y luego de un simulacro de evacuación conmemorativo del terremoto ocurrido en 1995, fuimos sorprendidos por un nuevo movimiento telúrico con epicentro en el cercano estado de Puebla. La Ciudad de México fue nuevamente contundida con pérdida de vidas humanas y bienes materiales por el terremoto del pasado 19 de septiembre a las 13 horas. Fué inesperado y, nuevamente, fue letal. Segundos de terror que parecieron eternos, consecuencias aún desconocidas. Se interrumpió el trabajo en nuestros centros, algunos pudimos evacuar nuestras instituciones en forma ordenada, pero otros se quedaron en el intento. Al voltear la vista atrás vimos que todo había cambiado: desde cuarteaduras en el piso y paredes, tuberías destrozadas, fugas de agua y gas, grietas en las calles y carreteras, hasta el derrumbe de viviendas e instituciones educativas. Se fueron nuestros ahorros y patrimonio familiar, pero sobretodo la vida de nuestros seres queridos.
El mal estaba hecho, había que empezar a trabajar. Como médico, se espera todo de uno. Dejar de lado el título de gran especialista (cardiólogo intervencionista), para convertirse en un servidor de gente angustiada, curar pequeñas y grandes heridas, resucitar niños y adultos agonizantes, o sentirse impotente de ver como se apaga la vida de los más afectados. Grandes instituciones hospitalarias fueron evacuadas (más como medida preventiva que por daños estructurales), mientras otras abrieron sus puertas para recibir heridos. De manera paralela, héroes anónimos, brigadas especializadas o generosos voluntarios, vecinos, amigos y familiares, se entregaron sin descanso a tratar de recuperar cuerpos con o sin vida de los que no pudieron salir de las ruinas de los edificios derrumbados. Día o noche, frío o calor, lluvia o sol, minutos, horas, días, de trabajo ininterrumpido, sin escatimar esfuerzo.
Desde afuera todo México volcado tratando de ayudar. ¿Cómo podemos hacerlo? Centros de acopio, envíos de agua y alimentos básicos, medicamentos, ropa, todo lo que sea necesario para los sobrevivientes afectados, hasta equipo especializado y herramientas para ayudar en el rescate de las víctimas. Del extranjero brigadas especializadas en desastres. Todos juntos, trabajo sin descanso, ¿por qué no? Es México y somos un gran país.
Lo más difícil esta por venir. Tres fases: la crisis, el efecto, y la más complicada, la tristeza por las pérdidas junto con la necesidad de reconstrucción y sanar las heridas. Ahora los habitantes de la ciudad estamos mejor preparados para afrontar una catástrofe natural de esta índole, pero nunca lo estaremos para ver el sufrimiento de nuestros hermanos más afectados.
Estas letras se escriben en agradecimiento a la solidaridad de nuestros hermanos de América Latina. Consternados como nosotros y deseando que salgamos adelante en la adversidad. ¡Gracias! ¡Lo haremos! ¡Viva México! ¡Viva América Latina!»
Testimonio anónimo – Ciudad de México.
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