El tsunami de la pandemia por COVID-19 alcanzó a todos los servicios de cardiología intervencionista, especialmente a aquellos que realizan angioplastia primaria.
Esperar pasivamente al primer paciente sospechoso de estar infectado y ponerse a improvisar en horas de la madrugada es preparase para el desastre.
Varias sociedades científicas han publicado recomendaciones, pero ninguna de ellas ha sido basada en datos claros.
Parece pertinente entonces tener en cuenta algunas prioridades de sentido común.
Por años la seguridad del equipo se centró en todas las medidas de radioprotección. Hoy la seguridad del equipo sigue siendo la prioridad, pero transitoriamente el foco está puesto en el virus. Tanto por la salud del equipo como para mantener su capacidad de seguir salvando pacientes.
El tiempo a la revascularización es importante, pero invertir unos minutos en equiparse de manera apropiada no va a cambiar el pronóstico del paciente.
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Además del delantal plomado, la cofia, el camisolín, los lentes y los guantes habituales hay que agregar protección ocular, facial y barbijo N95 o de protección similar.
El jefe del servicio es el responsable último de su equipo y debe velar por lo siguiente:
- Conseguir (y asegurar stock) de todos los elementos de protección personal.
- Entrenar al equipo (una y otra vez). Los elementos de protección personal deben ser una parte “natural” del equipo. No se puede estar tratando de recordar el orden para colocarse el equipo cuando hay un paciente con supradesnivel del ST en la camilla.
- Definir un escalafón claro como en la medicina de guerra. Estamos en guerra.
- No subestimar la presión psicológica del equipo.
Muchos miembros del equipo van a tener miedo de contagiarse. Muchos tienen hijos en sus casas mientras las escuelas están cerradas. Es importante tratar de reducir la sobrecarga de trabajo todo lo que sea posible. Es razonable posponer los procedimientos electivos, al menos luego de evaluar el estado clínico del paciente por teléfono o de alguna otra forma remota.
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Está aceptado (y hay alguna evidencia publicada) que desde el comienzo de la pandemia se han registrado menos ingresos por infarto agudo de miocardio. Esto llama la atención. De hecho, debería ser lo opuesto. Los pacientes tienen miedo de ir al hospital y se quedan en casa incluso con dolor en el pecho.
La mortalidad de un infarto sobrepasa por mucho el riesgo de contagiarse.
Los pacientes que sí consultan por un síndrome coronario agudo pueden venir por sus propios medios o en ambulancia. En ambos casos se debe realizar un triage simple (fibre, tos, disnea, diarrea, dolor de garganta, pérdida de olfato o gusto, etc). Idealmente todos deben realizarse un test rápido para optimizar el posterior manejo.
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China, en el momento del pico, recomendó los fibrinolíticos. Ellos no tuvieron tiempo de prepararse, pero para el resto parece razonable que con algunos cambios de protocolo se continúe ofreciendo angioplastia primaria.
La zona de Lombardía en el norte de Italia (segundo gran epicentro) contaba con 55 centros capaces de ofrecer angioplastia 24/7 para aproximadamente 10 millones de habitantes. El sistema se reorganizó a solo 13 hospitales que actuaron como centros de derivación y el resto como centros periféricos. Los pacientes eran referidos a los centros de derivación de acuerdo con su proximidad geográfica. Lo mismo se aplicó a los strokes.
Si en el momento que llega el paciente la sala no está lista es preferible que el paciente espere arriba de la ambulancia.
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Para los pacientes con síndromes coronarios agudos SIN supradesnivel del segmento ST hay tiempo suficiente para esperar las pruebas diagnósticas de COVID-19. Si no pueden ser manejados médicamente deben seguir el mismo protocolo que los pacientes con supradesnivel y dados de alta lo más pronto posible.
El plan es preparase para lo peor y esperar lo mejor.
Título original: Priorities for Cath labs in the COVID-19 tsunami.
Referencia: Gianluca Campo et al. European Heart Journal, online before print. doi:10.1093/eurheartj/ehaa308.
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