A medida que el número de casos confirmados aumenta en todo el mundo empieza a esbozarse la foto del impacto de esta pandemia en la salud cardiovascular.
Médicos reconocidos como Alaide Chieffo del Hospital San Raffaele en Milan, Italia han declarado que el coronavirus llegó de una manera completamente inesperada y ha puesto a los servicios médicos al borde del colapso. El incremento en el número de camas, terapia intensiva y soporte ventilatorio mecánico es limitado, al igual que los elementos de protección para los médicos. Por todo esto es fundamental conseguir que se frene la velocidad de contagio.
Mientras tanto, los procedimientos electivos de cardiología intervencionista han disminuído hasta un 80% en los centros de referencia donde ahora hay que antender las necesidades crecientes de los pacientes con coronavirus.
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Algunas alarmas tempranas sonaron cuando se especuló que la infección por COVID-19 se podía manifestar como miocarditis. Sin embargo, médicos como el Dr. Meanwhile Junbo Ge que estudiaron el fenómeno directamente en el epicentro (Wuhan, China) no observaron signos de infiltración directa del virus en el miocardio al microscopio electrónico.
Tampoco se observó una proporción considerable de pacientes infectados de coronavirus con elevación de troponinas cardíacas, como indicadores de injuria cardíaca. Más bien es una unjuria multiorgánica, donde el corazón es uno más.
Muchos pacientes luego de recuperarse de la infección presentan alguna evidencia de fibrosis pulmonar pero no de injuria cardíaca, con troponinas y pro-BNP que se normalizan al alta.
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La semana pasada SOLACI publicó las primeras recomendaciones que salieron de la ACC (American College of Cardiology) sobre las complicaciones cardíacas y las comorbilidades en la infección por COVID-19. En este documento la ACC quizo resaltar que la mayoría de los pacientes hospitalizados por la infección tenían antecedentes cardiovasculares, cerebrovasculares o de diabetes.
Un reporte de China publicado en Lancet mostró que el 40% de los pacientes internados tenían antecedentes cardiovasculares o cerebrovasculares y el 12% diabetes. Algo similar fue publicado posteriormente en JAMA con casi la mitad de los pacientes presentando una comorbilidad como hipertensión, diabetes o enfermedad cardiovascular.
Algunas observaciones realizadas para la temporada de gripe se podrían replicar con el COVID-19. Un ejemplo son el aumento de choques apropiados de los cardiodesfibriladores implantables durante la temporada de gripe. Con la inflamación generalizada como gatillo, sería esperable ver situaciones similares con el COVID-19.
Algo parecido podría suceder con las exacerbaciones de la insuficiencia cardíaca.
Ya hay registrados cerca de 80 estudios clínicos que estan reclutando pacientes para testear drogas antivirales y vacunas mientras tratamos de entender el proceso completo de la enfermedad.
Mientras tanto, lo más importante para nosotros como cardiólogos parece ser ajustarnos aún más a las guías de la práctica clínica en lo que respecta a la prevención, especialmente la secundaria. Cuanto más bajo sea el riesgo basal, más bajo será el riesgo de eventos ante una eventual infección por este nuevo virus.
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